Es hora de poner fin a la violencia contra las mujeres rurales
La violencia contra las mujeres es uno de los mayores obstáculos para el desarrollo sostenible

¿Qué es la violencia contra la mujer?
Las mujeres y niñas de todo el mundo —ya sean ricas o pobres, rurales o urbanas, jóvenes o adultas— sufren alguna forma de violencia de género.
La violencia contra la mujer puede ser de naturaleza física, emocional, psicológica o sexual. Afecta tanto a las víctimas como a los agresores al mismo tiempo que compromete a sus familias y comunidades. Los ecos de la violencia perduran durante generaciones.
La violencia contra la mujer es una manifestación extrema de la desigualdad de género la cual atenta contra sus derechos humanos y socava su salud física y mental y su capacidad de ser miembros productivos de la comunidad.
¿Hasta qué punto es un problema la violencia contra la mujer, especialmente en las zonas rurales?
Una de cada tres mujeres y niñas sufre violencia física o sexual a lo largo de su vida, sobre todo por parte de su pareja.
En todo el mundo, una de cada cinco mujeres de entre 20 y 24 años de edad se casó antes de cumplir los 18 años. En el África subsahariana, más de una de cada tres se casó siendo tan solo una niña.
Al menos 200 millones de mujeres y niñas de entre 15 y 49 años de edad han sido sometidas a la mutilación genital femenina.
Las mujeres de los países en desarrollo son más propensas a ser víctimas de la violencia. Mientras que en los últimos 12 meses el 16 % de las mujeres de todo el mundo han sido objeto de violencia por parte de su pareja, en los países clasificados como "menos desarrollados", esta proporción se eleva al 22 %.
Las mujeres indígenas son particularmente vulnerables, esto se debe a que las agresiones contra ellas suelen formar parte de la discriminación y la exclusión a gran escala que padecen sus comunidades.
El 92 % de las víctimas del tráfico de personas en todo el mundo son mujeres y niñas.
A nivel mundial, 81 000 mujeres y niñas fueron asesinadas en 2020. Más de la mitad murieron a manos de su pareja o de un familiar, lo que equivale a que una mujer o niña es asesinada cada 11 minutos en su hogar.
¿Por qué es importante este tema para el FIDA?
Si bien la violencia afecta a todas las mujeres, las que pertenecen a comunidades rurales e indígenas son especialmente vulnerables. En muchos lugares del mundo, actividades cotidianas como ir a buscar agua y leña, o volver a casa desde el mercado al anochecer, exponen a estas mujeres a riesgos.
Además, muchas de estas mujeres se ven afectadas por prácticas tradicionales nocivas, como el matrimonio forzado o precoz y la mutilación genital femenina. La continuación de estas prácticas suele verse agravada por la pobreza.
La crisis económica a causa de la pandemia del COVID-19, así como las restricciones de movimiento debido a los confinamientos, han agravado las tensiones dentro de las familias y las comunidades, aumentando el riesgo de violencia.
Por lo tanto, poner fin a la violencia de género en todas sus formas no es solo un imperativo moral, sino que también se trata de eliminar uno de los mayores impedimentos para el desarrollo rural inclusivo y sostenible.
¿Cómo ayuda el FIDA a prevenir la violencia de la mujer en las comunidades rurales?
El FIDA ayuda a las mujeres a empoderarse económicamente.
El empoderamiento económico aumenta la independencia de las mujeres rurales y reduce su vulnerabilidad a los abusos.
Los programas financiados por el FIDA apoyan los medios de vida de las mujeres a través de la agricultura a pequeña escala, la pesca, la ganadería y el emprendimiento rural. Por ejemplo, en Paraguay, mediante el Proyecto de Inclusión de la Agricultura Familiar en las Cadenas de Valor − Proyecto Paraguay Inclusivo (PPI) las mujeres se reúnen en colectivos de vendedores de mercado para obtener mejores precios por sus productos.
Iniciativas como estas ayudan a las mujeres rurales a acceder a la tierra, al crédito y a los recursos, y a acelerar su empoderamiento económico y social, lo que a su vez les facilita alcanzar la seguridad personal y familiar.
El FIDA trabaja con hombres, hogares y líderes comunitarios para lograr la igualdad de género.
Muchas mujeres carecen de poder en sus propios hogares y comunidades. Al mismo tiempo, es posible que los hombres también estén teniendo dificultades con los papeles tradicionales asignados en función del género, pese a lo cual los programas de intervención suelen pasarlos por alto. La igualdad de género en el seno de los hogares y las comunidades beneficia tanto a las mujeres como a los hombres.
En el marco del Programa de Empoderamiento y Mejora de los Medios de Vida de los Grupos Tribales Particularmente Vulnerables de Odisha (OPELIP) de la India, que se propone ayudar a los hogares indígenas a obtener derechos sobre la tierra, se vela por que los títulos se otorguen conjuntamente a los maridos y a las esposas, o directamente a las mujeres que son cabeza de familia: un reconocimiento tangible de la igualdad de género.
El FIDA contribuye a que las mujeres tengan un espacio en la mesa de toma de decisiones
Cuando las mujeres tienen voz y pueden participar en la toma de decisiones, son menos vulnerables a la violencia y están más capacitadas para combatirla.
El FIDA refuerza la representación de las mujeres en las organizaciones de productores y en los órganos de adopción de decisiones de las comunidades. Reconociendo que los líderes tradicionales y políticos y los funcionarios de las administraciones locales desempeñan un papel vital para el cambio sistémico, el FIDA trabaja estrechamente con esos dirigentes —en cuyo rango debería haber mujeres— para lograr un cambio sostenible.
El FIDA aborda las causas fundamentales de la desigualdad de género.
El FIDA utiliza en sus proyectos las metodologías basadas en los hogares. Se trata de actividades que consiguen que los miembros de la familia trabajen juntos para tomar decisiones compartidas, distribuir el trabajo de forma más equitativa y fortalecer sus relaciones entre ellos.
Dichas metodologías abordan las normas sociales, las actitudes y los comportamientos que representan las causas fundamentales -más que los síntomas- de la desigualdad y la violencia de género.
En Malawi, por ejemplo, el Programa de Fomento de la Producción Agrícola Sostenible (SAPP), financiado por el FIDA, aplica las metodologías basada en los hogares para abordar las causas subyacentes de la desigualdad de género, especialmente en los hogares afectados por el VIH/SIDA. Estas actividades han ayudado a las mujeres a tener más peso en la toma de decisiones, a reducir su carga de trabajo y a obtener un mayor control sobre los recursos.
Fuente: www.ifad.org