17 formas que pasan desapercibidas en las que los refugiados están liderando el desarrollo sostenible

En todo el mundo, las personas desplazadas y apátridas están tomando medidas para mitigar el cambio climático, lograr la equidad de género y resolver otros desafíos complejos

17 formas que pasan desapercibidas en las que los refugiados están liderando el desarrollo sostenible

La pandemia de COVID-19 no los detendrá

En 2015, las Naciones Unidas adoptaron una serie de metas para acabar con la pobreza, erradicar la desigualdad y mitigar los efectos adversos del cambio climático para el 2030. Estas 17 metas, conocidas colectivamente como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), comprometen a los líderes mundiales a actuar y a no dejar a nadie atrás. El Secretario General de la ONU urge a todos los actores de la sociedad a contribuir, incluyendo a los negocios, las organizaciones sin fines de lucro y los individuos en general, y recientemente se declaró la Década de Acción.

En ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, sabemos que las personas que se ven más afectadas por los desafíos mundiales son a menudo quienes están en mejor posición para descubrir e implementar las soluciones. Las personas obligadas a huir de los conflictos y la persecución, así como las personas apátridas, a menudo carecen de acceso a la educación de calidad, la atención médica y los medios de vida, y actualmente, el coronavirus ha exacerbado esta desigualdad. Sin embargo, muchas personas han descubierto formas de desarrollar agricultura sostenible, construir negocios prósperos y, más recientemente, diseñar soluciones para prevenir la propagación de la COVID-19.

Este año se marca el 75 aniversario de la creación de las Naciones Unidas. Es un momento oportuno para reflexionar sobre lo que todos debemos hacer para lograr un futuro mejor y más sostenible para todo el mundo.

Aquí te mostramos cómo los refugiados están liderando el camino 

La mayoría de las personas refugiadas, 85%, viven en países en desarrollo, con casi un tercio acogido por los países menos desarrollados del mundo. A pesar de los tremendos obstáculos, incluyen a muchos empresarios y dueños de negocios que están reconstruyendo sus vidas, manteniéndose a sí mismos y a sus familias y contribuyendo a las comunidades de acogida.

Deilys, una venezolana de 36 años y madre de dos, abrió su propio negocio de planificación de eventos después de huir a Ecuador y buscar asilo. Compró un horno, un refrigerador y una batidora con capital inicial del Modelo de Graduación del ACNUR, una iniciativa que brinda capacitación vocacional, apoyo emocional y tutoría, así como apoyo financiero y empresarial. Ahora vende postres veganos en ferias callejeras y otros eventos y espera abrir pronto su propia tienda.

“No tenemos todo, pero estamos viviendo bien. No tenemos deudas y nunca estamos atrasados con el alquiler. Y cuando llegan los cumpleaños, tenemos suficiente para comprar regalos para nuestros hijos “. 

  

Los conflictos y los desastres, la falta de financiamiento, los desafíos logísticos, el aumento en los precios de la comida y la pérdida de ingresos debido a la COVID-19 amenazan con dejar a muchos refugiados sin nada que comer. Para combatir la inseguridad aliemtaria, las personas desplazadas forzosas están encontrando formas innovadoras de tener sus cultivos y ofrecer frutas y vegetales frescos a sus comunidades.

Sahera, una refugiada rohingya en el sur de Bangladesh, ha plantado su propio jardín para ofrecerle comida fresca a sus hijos, compartir con sus vecinos, y vender a las tiendas locales. Ella cultiva espinaca y calabazas, el favorito de su hija menor, Fatema. El projecto de agricultura es una iniciativa de ACNUR y su socio BRAC, una organización internacional de desarrollo con base en Bangladesh.

“Mis hijos se emocionan al ver las verduras. Nos recuerda a nuestra granja en casa. Estas verduras saben muy bien, así que no tengo que comprar ninguna en el mercado. No solo tenemos verduras para nosotros, a menudo las compartimos con nuestros vecinos. Si tenemos productos sobrantes, los vendemos a las tiendas cercanas “. 

 

Las personas que se ven obligadas a huir de conflictos o persecuciones a menudo carecen de acceso a la atención de salud mental. Desde el inicio de la pandemia de COVID-19, ACNUR ha recibido informes alarmantes sobre un aumento de los problemas de salud mental en Medio Oriente y África. Los refugiados están encontrando formas de prestar servicios de salud mental.

Falak Selo, una refugiada siria que vive en Irak, trabaja con la unidad de apoyo psicosocial y de salud mental de la Agencia de la ONU para los Refugiados. Ella y sus colegas realizan sesiones de bienestar improvisadas con los vecinos y brindan asesoramiento personalizado. Todos han realizado cursos de “primeros auxilios” psicológicos, lo que les ayuda a identificar y, en algunos casos, a tratar condiciones psicológicas como el estrés, la ansiedad o la depresión. En casos más graves, estos trabajadores comunitarios derivan a las personas a psiquiatras y psicólogos, pero sus servicios han permitido que más personas reciban cuidados críticos.

“Me da una sensación de satisfacción cuando veo que la gente confía en mí y regresa por mi apoyo. Estoy haciendo un seguimiento de los casos que necesitan más atención, porque todos somos vecinos aquí. Hago esto durante el horario laboral y después del horario laboral cuando los vecinos nos visitan y charlamos mientras tomamos el té”. 

 

Más de la mitad de todos los refugiados tienen menos de 18 años, pero la educación de calidad suele estar fuera de su alcance. Más de 1,8 millones de niños, o el 48% de todos los niños refugiados en edad escolar, no están escolarizados. Solo el 3% de los refugiados del mundo tienen acceso a la educación superior. Algunos que han llegado a la universidad esperan inspirar a la próxima generación a través de la enseñanza.

Kobra Yusufy, de 27 años, soñaba con estudiar computadoras después de ver a su hermano trabajar duro en una computadora portátil prestada. Ahora estudia ingeniería de software en la Universidad de Kabul gracias a una beca de la Iniciativa Académica Alemana para Refugiados Albert Einstein (DAFI). La beca DAFI, administrada conjuntamente por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania y el ACNUR, cubre la matrícula de los refugiados, así como los costos relacionados con la comida, el transporte y los materiales de estudio.

Kobra, una ex refugiada que regresó con su familia a su Afganistán natal, fue una de las primeras académicas DAFI de su país. Sueña con enseñar algún día a los jóvenes a utilizar las computadoras y ayudar a los niños refugiados a obtener una educación de calidad.

“Será una forma de apoyar a las comunidades. Sé lo que es sufrir una mala educación. Junto con mis otros compañeros de clase, quiero organizar cursos gratuitos de tres a cuatro meses para estudiantes de la escuela y me gustaría especialmente realizarlos en mi antigua escuela secundaria “. 

79,5 millones de personas seguían desplazadas por la fuerza a finales de 2019, más de la mitad de ellas mujeres y niñas. Quienes huyeron sin sus parejas, incluidas las madres embarazadas o solteras, las discapacitadas o las mayores son especialmente vulnerables. Las mujeres refugiadas están forjando sus propios caminos y apoyando a otras mujeres.

Safaa, una ex diseñadora de joyas que huyó de Siria después de que su casa fuera destruida, se inscribió en lo que pensó que era un taller de fundición de oro. Cuando ella y sus amigas llegaron al centro de capacitación, se dieron cuenta de que se habían inscrito en un curso de plomería. Su error: la palabra árabe usada en Siria para "fundición de metales" (sabaka) se refiere a "plomería" en Jordania.

Ella y sus amigas, así como la entrenadora, eran las únicas mujeres en el curso y decidieron quedarse y completar la capacitación. En la actualidad, Safaa es dueña de su propio negocio en todo el país y proporciona trabajo a 36 fontaneras independientes, más de la mitad de los cuales son refugiados sirios. También dirige el único centro de formación para fontaneros de la región, y enseña a cientos de mujeres.

“Una mujer es el carpintero, el herrero y el plomero en su propia casa, es simplemente normal. Pero si va y hace este trabajo en la casa de otra persona, se vuelve inusual. Parte de mi persistencia en hacer este trabajo es desafiar los estereotipos y romper tabúes, por eso estoy muy orgullosa de mí y de las mujeres que trabajan conmigo… trato de ayudar a las mujeres a empoderarse”. 

   

Cuando las personas huyen de un conflicto o persecución, a menudo tienen dificultades para acceder de manera fácil y segura a instalaciones adecuadas de agua, saneamiento e higiene, ya sea que vivan en campamentos, ciudades o aldeas rurales. En los campamentos de refugiados, ACNUR tiene como objetivo proporcionar un mínimo de 20 litros de agua al día para cada persona. Sin embargo, alcanzamos esta marca crítica en solo el 43% de los campamentos. Los refugiados están ayudando a llenar el vacío.

Ferida, un refugiado de Sudán del Sur, creó su propia estación para lavarse las manos fuera de su casa en el asentamiento de Bele en la República Democrática del Congo (RDC). Estos grifos, hechos de palos y materiales reciclados como latas de plástico viejas, ayudan a promover una buena higiene y a combatir la propagación de la COVID-19. Un pedal libera el agua para que las personas no tengan que tocar ninguna parte del grifo con las manos. Cientos de refugiados han aprendido a fabricar estos dispositivos.

“De esta manera, mis hijos pueden lavarse las manos en cualquier momento. Igualmente es un recordatorio para que mis vecinos hagan lo mismo”. 

  

Al menos cuatro de cada cinco personas desplazadas por la fuerza dependen de la leña para cocinar y calentarse, lo que puede provocar la deforestación y aumentar los riesgos para las mujeres y las niñas, que a menudo deben hacer largos viajes para recolectarla. Más del 90% de los refugiados que viven en campamentos tienen un acceso limitado o nulo a la electricidad, lo que les dificulta cocinar, calentarse, estudiar o trabajar. Los refugiados están encontrando formas de proporcionar energía limpia y asequible para ellos y sus vecinos.

Una cooperativa de 70 refugiados somalíes y mujeres etíopes locales en el sureste de Etiopía están fabricando y vendiendo briquetas hechas de prosopis juliflora, un árbol espinoso notoriamente invasivo que arrasa con la vegetación circundante, como una fuente de energía más limpia y barata que la madera. Forman parte de un programa más amplio de cooperativas, algunas de las cuales cosechan y venden la planta, con el apoyo de la Fundación IKEA y el ACNUR.

Aden Abdullahi Ahmed, miembro de la cooperativa Dollo Ado, dice que espera que su trabajo beneficie a las futuras generaciones de comunidades de acogida y refugiados por igual. Grupos como éste crean puestos de trabajo, reducen la competencia por los escasos recursos y hacen la vida más segura para las mujeres y las niñas, que generalmente son las que se ven obligadas a viajar lejos de casa para buscar leña.

“Reducir la prosopis será muy útil para la energía. Al mismo tiempo, lo estás erradicando y limpiando el monte. Tal vez los agricultores se beneficiarán de la tierra limpia”. 

  

El 70 por ciento de los refugiados vive en países que restringen su derecho al trabajo. Empoderar a los refugiados para que se ganen una vida digna y participen en las economías locales es fundamental si quieren reconstruir sus vidas. Muchos refugiados, cuando se les otorga el derecho a trabajar, inician sus propios negocios, lo que ayuda a sus familias e impulsa las economías locales.

Salma Al Armarchi, de 53 años, llegó a Alemania como refugiada de Siria. En su hogar en Damasco, cocinaba para divertirse o con amigos, y a menudo donaba comida a personas necesitadas. Cuando llegó a Berlín con su hijo, Salma luchó por aprender alemán y encontrar un trabajo estable. Después de que una amiga le pidiera que cocinara algunos de sus platos sirios favoritos para un picnic escolar, recibió una avalancha de solicitudes. Salma pronto fundó Jasmin Catering, llamado así por las flores blancas que florecen en la primavera de Damasco. Hoy en día, su empresa de catering sirve comida siria a clientes de alta tecnología como Facebook y Cisco.

“Estamos felices de poder traer sabores nuevos para la gente. Ahora más personas están rompiendo la barrera, probando nuestra comida y disfrutándola”. 

  

La falta de conectividad a Internet para muchos refugiados en campamentos y entornos urbanos, así como los costos de los dispositivos y las oportunidades de capacitación limitadas, impide que muchas personas desplazadas por la fuerza aprovechen las nuevas tecnologías. Pero cuando se les dio la oportunidad, muchos refugiados han utilizado tecnología de punta para resolver problemas.

Marwan, un refugiado sirio que estudia robótica en el Laboratorio de Innovación en el campamento de refugiados de Za’atari en Jordania, diseñó y construyó un robot con sus compañeros que dispensa automáticamente desinfectante de manos para que la gente no tenga que tocar una botella. Espera que esta invención pueda ayudar a proteger a las comunidades locales y de refugiados en el campamento y más allá. El robot está hecho de ladrillos LEGO. El equipo de Marwan decidió hacer que su diseño estuviera disponible gratuitamente y lo ha compartido fuera del campamento para que se pudieran fabricar más robots.

“Hicimos este robot para contribuir como refugiados. Queremos ser parte de la lucha contra el coronavirus”. 

   

La COVID-19 ha exacerbado las desigualdades en la atención médica, la vivienda y el empleo. Incluso antes de la pandemia, muchas personas refugiadas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales (LGBTI) enfrentaban amenazas continuas después de huir de la persecución y la violencia en sus hogares. Muchos están rompiendo barreras y abogando por la igualdad en sus nuevos hogares.

Después de que su hermano fuera asesinado en 2016, Valentinna Rangel, una mujer transgénero, huyó de la inestabilidad y la persecución en Venezuela y encontró la seguridad en Chile. En su nuevo país, recibió los tratamientos hormonales que le permitieron completar su transición de género, obtuvo una visa profesional, consiguió un trabajo en una prestigiosa empresa de publicidad y se embarcó en un programa de maestría. Valentinna aboga por los refugiados LGBTI y es miembro de una red nacional de refugiados y migrantes LGTBI, coordinada por ACNUR, que crea conciencia y apoya a las organizaciones de derechos para brindar asistencia y orientación a la comunidad LGBTI.

“Tenía miedo de salir de mi casa o buscar trabajo. Tenía miedo de ser discriminada por ser transgénero. Por primera vez, me siento valorada por quien soy. Siento que mis colegas escuchan mis ideas y prestan atención a mi inteligencia, no a mi identidad de género”. 

La mayoría de los 26 millones de refugiados del mundo vive en zonas urbanas. Los refugiados están ayudando a construir ciudades inclusivas y más sostenibles.

Originario de Idlib, Siria, Ehab y su familia buscaron protección en Amán, Jordania. Su familia ahorró para que pudiera asistir a la universidad, donde estudió informática. Después de graduarse, Ehab se ofreció como voluntario en un laboratorio de innovación en Amán y enseñó programación a otros refugiados sirios y locales.

Al notar que muchos estudiantes tenían dificultades para aprender a programar, Ehab desarrolló un kit para ayudarlos a aprender desde casa que incluía instrucciones paso a paso en video. Junto con una de sus estudiantes más ávidas, una mujer jordana llamada Amani, fundó Drag IOT (Internet de las cosas), que vende kits de programación de alta tecnología. También realiza talleres sobre innovación digital para refugiados en la Universidad de Yarmouk en Irbid, Jordania.

“Cuando era niño, desmontaba mis juegos electrónicos solo para explorar lo que contenían”. - Ehab

“Como jordana y sirio, nuestra colaboración representa una historia de éxito de la que otras personas también pueden aprender. Estoy muy orgullosa de que alguien como Ehab esté consiguiendo todo esto y pueda ayudarme a mí y a otros jordanos, sin pensar que es un refugiado vulnerable. Si todo el mundo pensara del mismo modo, ¿se imagina lo maravilloso que sería el mundo?” 

  

Las personas más vulnerables del mundo, incluidas muchas que se vieron obligadas a huir de sus hogares, suelen sufrir los peores efectos del cambio climático y la destrucción del medio ambiente. Los refugiados se están uniendo a la lucha para promover el consumo y la producción responsables en campamentos, pueblos y ciudades, a veces restaurando los bosques árbol por árbol.

Geal Deng Nyakong, una refugiada de Sudán del Sur, trabaja en un vivero de árboles en Sudán, donde planta y cuida plántulas junto a sus vecinos sudaneses. Su objetivo es plantar un millón de árboles en una campaña de reforestación masiva en el estado del Nilo Blanco en Sudán. Además de reactivar los bosques, el proyecto acercará la producción de leña a la población. Geal ha visto de primera mano cómo la deforestación ha afectado el medio ambiente al que ha llamado hogar desde que huyó de la violencia en Sudán del Sur en 2014, y está entusiasmada con las perspectivas del vivero de árboles.

“Me uní al proyecto para ganar algo de dinero para comida y ropa, y para aprender nuevas habilidades sobre la plantación de árboles”. 

  

Los desastres más frecuentes, intensos y repentinos relacionados con el clima obligan a un promedio de 21,8 millones de personas al año a huir de sus hogares, según el Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos. El aumento de las temperaturas conduce a la limitación de los recursos naturales, como el agua potable, los cultivos y el ganado, lo que agrava los conflictos, genera inseguridad alimentaria y destruye los medios de vida. Los refugiados están a la vanguardia de la lucha por la acción climática y, en particular, los refugiados jóvenes exigen que se los incluya en la toma de decisiones para mitigar los impactos adversos del cambio climático.

Foni Vuni y Barth Mwanza viajaron a la ONU en 2019 para defender la acción climática. Ambos son miembros del Consejo Asesor Mundial de la Juventud del ACNUR, que está formado por jóvenes refugiados, desplazados internos y apátridas. Se reunieron con líderes de la ONU, participaron en la Marcha Climática de la Ciudad de Nueva York (donde habló Greta Thunberg) y abogaron por incluir a los jóvenes refugiados en la planificación del desarrollo sostenible.

Barth vive en el campamento de refugiados de Tongogara en Zimbabue, donde los residentes se están recuperando de los devastadores efectos del ciclón Idai, que azotó en marzo de 2019. Los jóvenes refugiados de su comunidad se movilizaron para ayudar en la recuperación, rehabilitación y reconstrucción. Hoy en día, continúa organizando eventos de limpieza y liderando campañas de concientización con otros refugiados sobre la necesidad de acción climática y sostenibilidad alimentaria.

Foni, cuya familia huyó de Sudán del Sur y ahora vive en Kenia, ha hablado en muchas reuniones de la ONU, incluida la Cumbre de la Juventud sobre el Clima de la ONU. Se ha reunido con tomadores de decisiones como la Alta Comisionada Adjunta de la ONU para los Refugiados y el Enviado del Secretario General para la Juventud.

“Fue importante para mí enfatizar que los jóvenes tienen la energía, el impulso y el conocimiento para participar en la acción climática. Se nos dice que el futuro pertenece a los jóvenes, pero el presente también nos pertenece a nosotros “. - Barth

“Creo que es ... importante que los refugiados participen en impulsar el cambio en la sociedad. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible no se desarrollaron para un grupo específico de personas. Fueron desarrollados para todos, y esto incluye a los refugiados ”. 

   

La contaminación amenaza los océanos, los ríos y otras masas de agua de las que dependen las comunidades para beber y comer. Los voluntarios y activistas refugiados están trabajando para proteger los ecosistemas marinos y costeros.

Omar fundó un grupo de jóvenes en Egipto para ayudar a los refugiados sudaneses como él a integrarse en la comunidad local. El verano pasado, fue uno de los 50 refugiados que trabajaron junto a 800 egipcios locales para limpiar las riberas de los ríos a lo largo del Nilo, que proporciona el 90% de las necesidades de agua dulce de Egipto.

El equipo de refugiados y egipcios transportó plástico de islas flotantes de basura que se han acumulado en las orillas del Nilo en el centro de El Cairo. En un día, los voluntarios sacaron 11,5 toneladas de basura.

“Los voluntarios regresarán a casa y les dirán a sus padres que los refugiados de diferentes comunidades los ayudaron a limpiar el Nilo, y esto cambiará su comprensión de nosotros para mejor”. 

   

Es necesario gestionar de forma sostenible los recursos naturales y los ecosistemas en o cerca de los sitios de acogida de refugiados en las zonas rurales y urbanas y minimizar los impactos ambientales. Algunos refugiados están liderando el camino para proteger especies en peligro de extinción y educar a otros sobre la importancia de la conservación.

El asentamiento de refugiados de Kutupalong en Bangladesh alberga a cientos de miles de refugiados rohingya. También es parte de una ruta migratoria entre Myanmar y Bangladesh para elefantes asiáticos en peligro de extinción. Los elefantes que ingresan al campamento han pisoteado los refugios y, en ocasiones, han matado a refugiados.

Reconociendo la necesidad de asegurar la conservación de los elefantes al mismo tiempo que se protege a los refugiados,  ACNUR y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) establecieron y capacitaron una “fuerza del colmillo”. Refugiados voluntarios para las torres de vigilancia del personal de los Equipos de Respuesta a Elefantes (ERT) y hacen sonar una alarma si los elefantes ingresan al sitio. Los voluntarios también enseñan a los residentes cómo responder si los elefantes ingresan al campamento y crean conciencia y comprensión sobre la necesidad de proteger a esta especie en peligro de extinción. La palabra para elefante en el idioma rohingya significa "tío". Hay un sentido sincero de responsabilidad por los elefantes.

“Cuando vemos por primera vez un elefante en el campamento, hacemos sonar la sirena para advertir a todos. Luego hacemos una cadena humana en forma de U para alejar al elefante del campamento “. 

   

A millones de personas en todo el mundo se les niega una nacionalidad debido a la discriminación por motivos de raza, etnia, religión, idioma o género o debido a lagunas en las leyes de nacionalidad. A menudo no se les permite ir a la escuela, ver a un médico, conseguir un trabajo, abrir una cuenta bancaria, comprar una casa o incluso casarse. Los apátridas están liderando el camino para exigir cambios.

Nacida en 1988 en el Líbano de padres sirios, Maha Mamo no tuvo identidad nacional hasta los 30 años debido a las leyes restrictivas e injustas de los países con los que tenía vínculos. Los desafíos de ir a la escuela, ir al consultorio del médico, pasar por los controles de seguridad o incluso obtener una tarjeta de teléfono móvil hicieron de su vida una lucha diaria. En 2016, huyó a Brasil y en 2018 Brasil le otorgó la ciudadanía.

Hoy, Maha aboga por los millones de personas a las que todavía se les niega la nacionalidad. Ella habla en contra de las leyes de ciudadanía injustas, especialmente aquellas que discriminan por motivos de género.

“Todo lo que la gente da por sentado, tuve que luchar para conseguirlo. Educación, trabajo, salud y viajes. Mi vida estaba en peligro, podría ir a la cárcel ... nunca imaginé que llegaría este día ... este es el sueño de mi vida hecho realidad “. 

   

La Agenda 2030 enfatiza la importancia de la interconexión de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible y las alianzas para abordarlos. Las alianzas inclusivas son una piedra angular para lograr los ODS, y el ACNUR trabaja con las comunidades y los socios desplazados por la fuerza para lograrlos.

Fuente: www.acnur.org

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