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EL MISTERIO DEL SER
(Diario El País de uruguay)
El misterio del ser:
La filosofía ha muerto porque no se ha mantenido al corriente de
los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la
física`.
Promocionado como "una nueva imagen del universo, y del lugar
del ser humano en él, muy distinta a la tradicional e, incluso,
muy distante a la que Hawking había proporcionado
anteriormente", El gran secreto (de editorial Crítica que llega
la próxima semana a librerías) es el nuevo libro de Stephen
Hawking, el físico británico que en su faceta de divulgador
científico se convirtió en una celebridad mundial. La conclusión
más controversial, y que le dio trascendencia en las noticias,
es que Dios no es el creador del Universo, sino que surgió de la
nada.
Cada uno de nosotros existe durante un tiempo muy breve, y en
dicho intervalo tan sólo explora una parte diminuta del conjunto
del universo. Pero los humanos somos una especie marcada por la
curiosidad. Nos preguntamos, buscamos respuestas. Viviendo en
este vasto mundo, que a veces es amable y a veces cruel, y
contemplando la inmensidad del firmamento encima de nosotros,
nos hemos hecho siempre una multitud de preguntas. ¿Cómo podemos
comprender el mundo en que nos hallamos? ¿Cómo se comporta el
universo? ¿Cuál es la naturaleza de la realidad? ¿De dónde viene
todo lo que nos rodea? ¿Necesitó el universo un Creador? La
mayoría de nosotros no pasa la mayor parte de su tiempo
preocupándose por esas cuestiones, pero casi todos nos
preocupamos por ellas en algún instante.
Tradicionalmente, ésas son cuestiones para la filosofía, pero la
filosofía ha muerto. La filosofía no se ha mantenido al
corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en
particular de la física. Los científicos se han convertido en
los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra
búsqueda de conocimiento. El objetivo de este libro es
proporcionar las respuestas sugeridas por los descubrimientos y
los progresos teóricos recientes, que nos conducen a una nueva
imagen del universo y de nuestro lugar en él, muy diferente de
la tradicional, e incluso de la imagen que nos habíamos formado
hace tan sólo una o dos décadas. Aun así, los primeros bosquejos
de esos nuevos conceptos se remontan a hace casi un siglo.
Según la concepción tradicional del universo, los objetos se
mueven a lo largo de caminos bien definidos y tienen historias
bien definidas. Podemos especificar sus posiciones precisas en
cada instante. Aunque esa descripción es suficientemente
satisfactoria para los propósitos cotidianos, se descubrió en la
década de 1920 que esta imagen «clásica» no podía describir el
comportamiento aparentemente extraño observado a escalas atómica
y subatómica de la existencia. Fue necesario adoptar, en su
lugar, un marco diferente, denominado física cuántica. Las
teorías cuánticas han resultado ser notablemente precisas en la
predicción de acontecimientos a dichas escalas, y también
reproducen las predicciones de las viejas teorías clásicas
cuando son aplicadas al mundo macroscópico de la vida corriente.
Pero la física clásica y la cuántica están basadas en
concepciones de la realidad física muy diferentes.
Las teorías cuánticas pueden ser formuladas de muchas maneras
diferentes, pero la descripción probablemente más intuitiva fue
elaborada por Richard (Dick) Feynman (1918-1988), todo un
personaje, que trabajó en el Instituto Tecnológico de California
y que tocaba los bongos en una sala de fiestas de carretera.
Según Feynman, un sistema no tiene una sola historia, sino todas
las historias posibles. Cuando profundicemos en las respuestas,
explicaremos la formulación de Feynman con detalle y la
utilizaremos para explorar la idea de que el propio universo no
tiene una sola historia, ni tan siquiera una existencia
independiente. Eso parece una idea radical, incluso a muchos
físicos. En efecto, como muchas otras nociones de la ciencia
actual, parece violar el sentido común. Pero el sentido común
está basado en la experiencia cotidiana y no en el universo tal
como nos lo revelan las maravillas tecnológicas que nos permiten
observar la profundidad de los átomos o el universo primitivo.
Hasta la llegada de la física moderna se acostumbraba a pensar
que todo el conocimiento sobre el mundo podría ser obtenido
mediante observación directa, y que las cosas son lo que
parecen, tal como las percibimos a través de los sentidos. Pero
los éxitos espectaculares de la física moderna, que está basada
en conceptos, como por ejemplo los de Feynman, que chocan con la
experiencia cotidiana, han demostrado que no es así. Por lo
tanto, la visión ingenua de la realidad no es compatible con la
física moderna. Para tratar con esas paradojas, adoptaremos una
posición que denominamos «realismo dependiente del modelo»,
basada en la idea de que nuestros cerebros interpretan los datos
de los órganos sensoriales elaborando un modelo del mundo.
Cuando el modelo explica satisfactoriamente los acontecimientos
tendemos a atribuirle, a él y a los elementos y conceptos que lo
integran, la calidad de realidad o verdad absoluta. Pero podría
haber otras maneras de construir un modelo de la misma situación
física, empleando en cada una de ellas conceptos y elementos
fundamentales diferentes. Si dos de esas teorías o modelos
predicen con exactitud los mismos acontecimientos, no podemos
decir que uno sea más real que el otro, y somos libres para
utilizar el modelo que nos resulte más conveniente.
En la historia de la ciencia hemos ido descubriendo una serie de
teorías o modelos cada vez mejores, desde Platón a la teoría
clásica de Newton y a las modernas teorías cuánticas. Resulta
natural preguntarse si esta serie llegará finalmente a un punto
definitivo, una teoría última del universo que incluya todas las
fuerzas y prediga cada una de las observaciones que podamos
hacer o si, por el contrario, continuaremos descubriendo teorías
cada vez mejores, pero nunca una teoría definitiva que ya no
pueda ser mejorada.
Por el momento, carecemos de respuesta a esta pregunta, pero
conocemos una candidata a teoría última de todo, si realmente
existe tal teoría, denominada teoría M. La teoría M es el único
modelo que posee todas las propiedades que creemos debería
poseer la teoría final, y es la teoría sobre la cual basaremos
la mayor parte de las reflexiones ulteriores.
La teoría M no es una teoría en el sentido habitual del término,
sino toda una familia de teorías distintas, cada una de las
cuales proporciona una buena descripción de las observaciones
pero sólo en un cierto dominio de situaciones físicas. Viene a
ser como un mapamundi: como es bien sabido, no podemos
representar la superficie de toda la Tierra en un solo mapa. La
proyección Mercator utilizada habitualmente en los mapamundis
hace que las regiones del mundo parezcan tener áreas cada vez
mayores a medida que se aproximan al norte y al sur, y no cubre
los polos Norte o Sur. Para representar fielmente toda la Tierra
se debe utilizar una colección de mapas, cada uno de los cuales
cubre una región limitada.
Los mapas se solapan entre sí y, donde lo hacen, muestran el
mismo paisaje. La teoría M es parecida a eso. Las diferentes
teorías que constituyen la familia de la teoría pueden parecer
muy diferentes, pero todas ellas pueden ser consideradas como
aspectos de la misma teoría subyacente. Son versiones de la
teoría aplicables tan sólo en dominios limitados, por ejemplo
cuando ciertas magnitudes como la energía son pequeñas.
Tal como ocurre con los mapas que se solapan en una proyección
Mercator, allí donde los dominios de validez de las diferentes
teorías se solapan, éstas predicen los mismos fenómenos. Pero
así como no hay ningún mapa plano que represente bien el
conjunto de la superficie terrestre, tampoco hay una teoría que
proporcione por sí sola una buena representación de las
observaciones físicas en todas las situaciones.
Describiremos cómo la teoría M puede ofrecer respuestas a la
pregunta de la creación. Según las predicciones de la teoría M,
nuestro universo no es el único, sino que muchísimos otros
universos fueron creados de la nada. Su creación, sin embargo,
no requiere la intervención de ningún Dios o Ser Sobrenatural,
sino que dicha multitud de universos surge naturalmente de la
ley física: son una predicción científica. Cada universo tiene
muchas historias posibles y muchos estados posibles en instantes
posteriores, es decir, en instantes como el actual, transcurrido
mucho tiempo desde su creación. La mayoría de tales estados será
muy diferente del universo que observamos y resultará inadecuada
para la existencia de cualquier forma de vida. Sólo unos pocos
de ellos permitirían la existencia de criaturas como nosotros.
Así pues, nuestra presencia selecciona de este vasto conjunto
sólo aquellos universos que son compatibles con nuestra
existencia. Aunque somos pequeños e insignificantes a escala
cósmica, ello nos hace en un cierto sentido señores de la
creación.
Para comprender el universo al nivel más profundo, necesitamos
saber no tan sólo cómo se comporta el universo, sino también por
qué.
¿Por qué hay algo en lugar de no haber nada?
¿Por qué existimos?
¿Por qué este conjunto particular de leyes y no otro?
Ésta es la cuestión última de la vida, el universo y el Todo.
Científico y celebridad mundial
A pesar de padecer una enfermedad degenerativa (la esclerosis
lateral amiotrófica), Stephen Hawking ha sostenido una carrera
como uno de los científicos más notorios de los últimos 20 años.
Parte de su importancia se debe al éxito en librerías de Breve
historia del tiempo de 1988. El gran secreto es su libro más
polémico.
Polémica. Para Hawking, Dios no creó el Universo y, después de
todo, el Big Bang fue el producto inevitable de las leyes de la
física.
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